jueves, 3 de febrero de 2011

El Elegido (crónica satiricofutbolera)


Desde que el mundo es mundo civilizado, desde que es nuestra especie la que escribe la Historia, desde aquel tiempo remoto en que se inventaron las ciudades, y la Era Prehistórica dio paso a la Edad Antigua, el mito del elegido ha estado presente en todas las culturas, sagradas escrituras y relatos épicos. En la tradición judeocristiana occidental, la leyenda del héroe predestinado a derrotar al mal y traer el equilibrio ha dado origen a un buen número de personajes de lo más dispar: desde Moisés a Harry Potter, pasando por Jesús de Nazaret, el rey Arturo, Conan El Bárbaro, el Neo de Matrix, Anakin Skywalker o Aragorn de Gondor.
El elegido, en pleno recuento midicloriano.
En alguna leyenda seme-jante debía de estar pensando el señor Pérez cuando en 2009 decidió emplear cerca de 35 de sus minolles1 (casi 6.000 kilos de los de antes) en hacerse con los servicios de Xabi Alonso. El conocido empre-sario acababa de regresar a la presidencia del RM y estaba dispuesto a armar otro equipo galáctico para su segunda etapa al frente del club. No se trataba de ninguna apuesta visionaria. El de Tolosa venía avalado por un noble linaje (es hijo del recordado Periko Alonso, bicampeón de Liga con la Real Sociedad), un impecable expediente académico pulido en una de las más reputadas escuelas del fútbol inglés, el Liverpool, y un gran palmarés a sus 27 años: subcampeón de Liga con la Real, campeón de la FA Cup inglesa,2 de la Supercopa de Inglaterra, de la Liga de Campeones y de la Supercopa de Europa, todo ello con el Liverpool, y campeón de Europa de selecciones con España. La afición madridista, algo cansada quizá de estrellas foráneas, lo recibió como a un hijo pródigo. Cálida acogida que había sido previa y concienzudamente preparada por los gurús de la casa blanca y sus medios afines, que lo encumbraron como a un compendio de virtudes que aunaba en un solo jugador la clase de Redondo, la elegancia de Zidane y la contundencia de Makelele. El nuevo fichaje iba a ser el encargado de devolver al club su esplendor de antaño, la gloria de aquellos días en los que era el RM quien surtía de jugadores a la selección nacional y no al contrario.3 Pese a no contar con ninguna marca de nacimiento que confirmara su condición de predestinado, Alonso fue señalado como el mesías del que hablaban las profecías. “Aquel que traerá el equilibrio” al centro del campo. El elegido.
Pero el equilibrio no llegó. Básicamente, porque el RM no tenía un equipo, y mucho menos, un centro del campo. Un grupo de jugadores de primer nivel, sí; pero no un equipo. A las órdenes de Pellegrini, la plantilla más cara del mundo cuajó una temporada vacía de títulos, pobre de fútbol y nada brillante en el apartado del espectáculo. Si el entrenador tenía un sistema de juego, no lo pareció. El club fracasó en sus tres hitos decisivos: naufragó en la Copa de manera estrepitosa en las tranquilas y someras aguas de Alcorcón, se dejó noquear en su primera eliminatoria europea por un rival a priori muy inferior y se vio ampliamente superado en feudo propio por su eterno rival en la lucha por la Liga.
En semejante situación, poco había podido hacer el elegido. Sin las indicaciones precisas, sin demarcación ni función claras y sin un patrón de juego preestablecido, la mayor parte del tiempo deambuló por el centro del campo como un zombi. A ratos aburrido, como un niño en misa; por momentos desbordado, como una oficina del INEM; unas veces nervioso, como un padre primerizo en la sala de espera; otras innecesario, como una comadrona en el Vaticano. Contagiada por el tono gris general del equipo, su estrella fue decayendo poco a poco, eclipsada por el fulgor del astro portugués, que se había convertido por derecho propio en el héroe de la afición. Sumido en la misma apatía que la mayoría de sus compañeros, el elegido sólo podía confiar en que el nuevo técnico que designara Florentino trajera por fin un plan de juego y un método para ponerlo en práctica.
La patada lanzada por el holandés fue digna de un
Campeonato del Mundo de kun-fu.
Sin embargo, algo ocurrió al margen de la voluntad de Florentino. Llegó el verano, y el Mundial de Sudáfrica coronó al de Tolosa y a sus compañeros de selección con la anhelada estrella de campeones. Una sonadísima victoria que exacerbó el orgullo patrio y provocó que la prensa internacional volviera a hablar del “milagro español”. Pero aún más importante para nuestro elegido que el histórico y merecido trofeo fue lo que sucedió durante la final del campeonato. Los más de 700 millones de espectadores que seguían en directo el evento deportivo más visto de la historia pudieron contemplar cómo Alonso recibía en su pecho la tarjeta de visita de un rival desquiciado cuyo nombre no merece figurar aquí. Una monumental patada en salto y con los tacos por delante que a los humanos de a pie podría habernos reventado la caja torácica. Incomprensiblemente, el holandés continuó en el campo tras el salvaje lance, para indignación de los aficionados españoles y de los amantes del fútbol en general, y para vergüenza de la FIFA y de su estamento arbitral en particular. La patada habría merecido igualmente la expulsión si se hubiera tratado de un combate de judo. Concluida la competición, el máximo mandatario del fútbol mundial y hasta el propio árbitro –cuyos nombres tampoco son dignos de estas líneas– acabaron por reconocer el garrafal error, obligados por la incontestable evidencia que ofrecían las cámaras.4
Para Xabi Alonso, aquella agresión no sancionada iba a traer importantes consecuencias que marcarían el devenir de su carrera deportiva:
En primer lugar, el hecho de haberse levantado tras el brutal impacto para continuar jugando al fútbol con la misma intensidad corroboraba su condición sobrehumana. Para un simple mortal, semejante golpe habría supuesto, cuando menos, la retirada inmediata del campo y quién sabe si una temporada de baja o hasta de hospital.
En segundo lugar, tras aquella entrada, el cuerpo del tolosarra presentaba por fin una marca única, el sello distintivo del que hablaban las profecías: los tacos del neerlandés grabados en su pecho. Para muchos, aquella huella despejaba cualquier duda y lo señalaba inequívoca y definitivamente como alguien escogido por una voluntad superior. El aura de elegido volvía a rodearlo.
 Desde Sudáfrica, Alonso no ha vuelto a
 ver de cerca un gesto como este.
Por último, y fundamental, la patada del holandés varió de manera sustancial el trato que el estamento arbitral habría de dispensar en el futuro al elegido. El ancestral instinto de compensación que forma parte de la impronta genética de todo colegiado iba a traducirse en un invisible velo protector para con el maltratado jugador del RM. Una protección que acabaría trascendiendo el plano físico para trasladarse al ámbito disciplinario: no solo se extremaba el celo arbitral en las entradas que pudiera sufrir el de Tolosa; además, se relajaba el precepto sancionador para las faltas por él cometidas. Un impulso irrefrenable –hay que insistir: innato, ergo no premeditado– silenciaba los silbatos y mantenía las cartulinas en los bolsillos. Como si una ley no escrita  recomendara dosificarle las amonestaciones, espaciándolas en el tiempo y sin administrar nunca una segunda dosis en el mismo partido. El elegido no tardó en percatarse de la nueva situación y, cual si gozara de una bula concedida personalmente por el sumo pontífice de la FIFA, comenzó a actuar con conciencia de su impunidad. Siempre había sido un jugador de esos que llaman viriles; brusco a veces, pero no violento. La benevolencia de los silbatos lo convirtió además en un justiciero que abusa de su condición de protegido. Un auténtico doble cero con licencia para pegar.
El trato de favor hacia el elegido ha llegado a ser tan flagrante que algunos de los más reputados eruditos del planeta fútbol han comenzado a trabajar en equipo para tratar de dar respuesta a una nueva y escurridiza cuestión, un enigma cuya solución escapa, de momento, a la perspicacia de las mentes más preclaras de este deporte: ¿qué tiene que hacer Alonso para que lo expulsen? Las hipótesis son de lo más variopinto, y no faltan los analistas que ven una conexión evidente con el esquema táctico del nuevo técnico…
Pero esa es otra historia.

Red Kite. Febrero 2011.

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1 El minolle o chavón equivale a 166,386 kilos (1.000.000 euros).
2 La decana de las competiciones, con 140 años de historia.
3 En la selección española que se proclamó campeona del Mundo en Sudáfrica había cinco jugadores blancos. Tres de ellos ya habían sido campeones de Europa con la selección antes de jugar en el RM: Albiol del Valencia y Alonso y Arbeloa del Liverpool. Valencia y Liverpool fueron los equipos que más jugadores aportaron (4) a aquella selección campeona de Europa que reunió a futbolistas de hasta 11 clubes distintos.
4 Sus tibias disculpas no impidieron, sin embargo, que la FIFA sancionara a las selecciones campeona y subcampeona con 9.650 y 14.500 dólares respectivamente por haber superado ambas el límite de cinco cartulinas en la final. Cabe suponer que, con el título mundial ya en sus vitrinas, la Federación española pagaría la multa de buen grado.








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1 comentario:

  1. Has tardado en llegar, pero la espera ha merecido la pena, como no podía ser de otra forma. Al menos ya tienes un seguidor que espera con ganas la segunda entrega. Un abrazo y bienvenido a la blogosfera.

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